Las traducciones de la Biblia tienden a estar dirigidas por una de dos teorías generales de traducción. A la primera de estas teorías se le llama «equivalencia formal», «literal» o «palabra por palabra». Según esta teoría, el intérprete traduce cada palabra del lenguaje original a su idioma, y procura preservar todo lo posible la estructura de la oración y la sintaxis original. A la segunda teoría se le llama «equivalencia dinámica», «equivalencia funcional», o «idea por idea». La meta de este enfoque es producir en el idioma al que se traduce el equivalente más cercano al mensaje expresado en el texto original, tanto en estilo como en sentido.
Ambas teorías tienen sus fortalezas. Una traducción realizada con el enfoque de la equivalencia formal preserva aspectos del texto original (modismos antiguos, coherencia terminológica y sintaxis del lenguaje original) que son valiosos para los eruditos y para el estudio profesional. Permite al lector rastrear a lo largo de la traducción los elementos formales del texto en su lenguaje original. Por su parte, la traducción de equivalencia dinámica enfatiza la transmisión del mensaje en el lenguaje original. Le asegura al lector contemporáneo que el sentido del texto sea fácilmente reconocible. Esto permite que el mensaje se transmita de manera directa, sin que el lector deba luchar con modismos extranjeros o con una sintaxis complicada. También facilita el estudio serio del texto y la claridad en la lectura, tanto devocional como pública.
La aplicación pura de cualquiera de estas filosofías de traducción pondría a las traducciones en extremos opuestos del espectro. En realidad, todas las traducciones contienen una combinación de estos enfoques. Una traducción realizada con una equivalencia formal estricta sería ininteligible en otro idioma, y una realizada solamente con equivalencia dinámica correría el riesgo de no ser fiel al original. Por esta razón, cuando el texto original es relativamente claro, las traducciones guiadas por la teoría de la equivalencia dinámica por lo general son bastante literales, y cuando el texto original no es claro, las traducciones orientadas por la teoría de la equivalencia formal a veces resultan bastante dinámicas.
Los traductores de la Nueva Traducción Viviente (NTV) se propusieron transmitir el mensaje de los textos originales de las Escrituras en un idioma contemporáneo claro. Al hacerlo, tuvieron presente los intereses tanto de la equivalencia formal como de la equivalencia dinámica. Por un lado, tradujeron con la mayor sencillez y literalidad posible en los casos en que ese enfoque permitía producir un texto preciso, comprensible y natural. Muchas de las palabras y las frases fueron traducidas de manera literal, preservando los recursos literarios y retóricos esenciales, las metáforas antiguas, y las opciones de palabras que dan estructura a un texto y establecen ecos de significado entre un pasaje y el siguiente.
Por otro lado, los traductores trasladaron el mensaje de una manera más dinámica en los casos en que la traducción literal hubiera resultado confusa, difícil de entender, o hubiera contenido términos arcaicos o extraños. Procuraron clarificar las metáforas y términos difíciles a fin de facilitar al lector la comprensión del texto. En primer término, los traductores trabajaron con el significado de las palabras y las frases en su contexto antiguo; luego tradujeron el mensaje en un lenguaje claro y natural. Su meta fue ser fieles a los textos antiguos y, a la vez, hacerlos comprensibles. El resultado es una traducción que tiene precisión exegética y fuerza idiomática.